(extracto)
Jesús María Pérez Machado
Caracas, 1930
I
Eran hombres arrojados de procedencia canaria,
aquellos cuatro granjeros que en las laderas de El Ávila,
al igual que en Tenerife, construyeron sus terrazas.
Clemente, Santiago, Antonio y Nicolás se llamaban.
Su apellido Pérez Borges no hay que buscarlo en la heráldica,
porque fue sólo el trabajo lo que enalteció su raza.
En comunidad adquirieron aquellas cumbres aisladas,
y cada cual libremente su parcela cultivaba.
Más tenían por costumbre ir un día a la semana
a prestarse mutua ayuda en las respectivas granjas.
Comenzaba la faena al despuntar la alborada,
cuando desde las higueras los gallos rivalizaban,
y tenue espiral de humo advertía en la cabaña
que el prodigioso bucare se cubría de hostias blancas.
Encorvados sobre el surco, pasa lenta la jornada,
mientras un sol inclemente les retuesta las espaldas,
y fluye el sudor de aquellas musculaturas bronceadas,
hasta salpicar la tierra, que se torna menos árida.
Cuando en medio del camino el astro rey se encontraba,
suspendían la faena durante hora y media escasa,
para reparar sus fuerzas con una humilde pitanza.
y después que el sol trasponía la montaña,
cuando la horrible lechuza desde el peñasco ululaba,
padres e hijos volvían lentamente hacia su casa,
llevando sobre sus hombros los útiles de labranza.
Fuente: Pérez Machado, J. M. (1985). Ecos del tiempo.
Caracas: Corripio.